jueves, 4 de febrero de 2010


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Crispado, maltrecho y esperando a que esa luz titilara.. Y que de una vez por todas me mandaras al demonio. A enjuagar los trapitos manchados de ilusión que tengo tirados en un rincón de mi pieza, ahí escondidos para que nadie los vea, llenos del polvo que cubre el tiempo a las cosas en olvido.

¡Ay si me viera el tipo alegre que un día bien supe ser!

Yo tuve mi magia, mis encantos. Deslumbraba al bajar lúcido del infinito celeste como una estrella fugaz que dura solamente lo que dura un abrir y cerrar de ojos. Pero, ¿Por qué tuve que llegar a esto?

Recuerdo ese día, la maldición por fin caía sobre mi. Bajé como todas las tardes de verano, con esa tonta sonrisa en la cara y el libro bajo el brazo, cuando de repente me tropecé con vos. Nuestros cuerpos se chocaron, un terremoto hizo bailar los cimientos, por un momento parecía que el mundo iba a acabarse. En remolinos nuestros libros cayeron lentamente al piso, y nuestras miradas sin quererlo se gustaron.

Pasaron los días, dejaste que me aventurara en tu cuerpo haciendo que me pierda con locura en él; que lo deseara cada vez más. A pesar de que conocía demasiado bien ese laberinto con todas sus trampas, eran más fuertes las ganas de quedarme allí que las de abandonarlo.

¿Fui acaso yo uno más de todos esos intrépidos ilusos? Esos que sentían la libertad en tu monstruosa profundidad, los que estaban dispuestos a cualquier cosa con tal que posaras tus labios enfermizos sobre ellos...

Mis manos inquietas son quienes más lamentan tu pérdida, lloran al darse cuenta que no acariciarán más nunca las flores de tu pecho.

1 comentario:

  1. Todo el momento de romance lo senti más con el libro que con una persona. O quizás las dos cosas.

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